Entradas Héroes solitarios

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Reseñas de novelas de héroes solitarios

sábado, 17 de enero de 2015

Y que resulta golfo el rey

A que nadie se imagina que un varón nacido muy lejos de España le pudiera reclamar a don Felipe VI sus derechos como rey, desbancarlo, reducirlo a infante y ser el jefe de Estado. Pues suena inverosímil, improbable, absurdo, pero un juicio absolutamente imparcial y apegado a la constitución lo hace posible.
Quienes redactaron la carta magna vigente en la actualidad -tras enterrar a Franco, porque hasta entonces la única ley era su palabra-, escribieron que el trono de España sería heredado por los sucesores del rey. Así nada más, sucesores y punto. Porque si escribían que sucesores legítimos, daban a entender que el rey podía ser medio golfón y tener una guardería clandestina llena de borboncitos. Así que para no atentar contra su honorabilidad ni invitar a la gente a pensar mal, lo dejaron en sucesores y nada más.
Tampoco se les ocurrió poner  que el trono fuera heredado por los hijos del rey dentro de su matrimonio con la reina consorte, porque eso habría la posibilidad de que se pensara lo mismo, que el rey fuera ojo alegre y que pretendían tapar el agujero o los agujeros que se podían abrir después.
Es decir, la constitución española está redactada suponiendo que el rey guardará una castidad medieval que sólo romperá con su esposa, una princesa con clase, elegante y diestra en las artes del protocolo.  Nunca se supuso que al rey podía atraerle irse de fiesta con bailarías exóticas, artistas o hasta prostitutas y hacerles un hijo. Hijo éste que bien pudo no nacer en España ni hablar español ni interesarse en política, pero habilitado por la constitución para reclamar derechos de acuerdo a su orden de nacimiento.
Ni hablar, el rey resultó golfo.

jueves, 15 de enero de 2015

Juárez en el Convento de las Capuchinas, la reunión secreta con Maximiliano

La historia de México dice que Juárez y Maximiliano nunca estuvieron frente a frente, que aunque el emperador Habsburgo lo solicitó repetidas veces, el presidente jamás halló argumentos suficientes para ir a reunirse con su enemigo. Pero, como dice el prólogo de la novela que hoy menciono, ¿y si no lo sabemos todo?, ¿si esa reunión realmente se realizó?, ¿de qué hablaron?
Juárez y Maximiliano se hicieron fama de hombres sabios y cultos. Quizás los dos jefes de Estado mexicanos más poliglotas de la historia. Así las cosas, resulta atractiva una entrevista entre ambos, y más porque, pese a pensar políticamente igual, eran enemigos. Y si esa entrevista la situamos unas horas, tan solo unas horas antes de que el pelotón dispare sobre el pecho de Maximiliano, se vuelve todavía mucho más atractiva.
¿Qué hizo el emperador, la noche del 18 de junio de 1867, unas horas antes de morir, al tener frente a él al único hombre en el mundo que podía concederle el indulto?, ¿se humilló para obtener el perdón, prometió irse a Europa y no volver más o, por el contrario, pesó sobre él su orgullo de aristócrata y trató a Juárez con la frialdad que merecía su enemigo?
La novela Juárez en el Convento de las Capuchinas: la reunión secreta con Maximiliano, nos hace testigos de una charla histórica que bien pudo haberse realizado en el más absoluto secreto. Aquí vemos a los dos protagonistas del Segundo Imperio mexicano frente a frente, sin mascaras quizás porque uno moriría en unas horas, sinceros y reacios a reconocer la totalidad de sus errores. Una novela extraordinaria con la que tal vez los mexicanos que odian al emperador Maximiliano aprendan a quererlo.

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miércoles, 14 de enero de 2015

Joseph P. Kennedy, el modelo de patriarca

Joseph P. Kennedy (1888-1969) fue un polémico empresario estadounidense, tan influyente en su época que pudo colocar a sus hijos en prometedoras carreras políticas; no sólo fue el artífice detrás del telón de la llegada a la Casa Blanca de su hijo John, sino que creó el aparato propagandístico que lo catapultó a la fama como una especie de estrella de Hollywood antes que como un político, lo que a la posteridad legó una celebridad que lo reconoce como uno de los mejores presidentes de los Estados Unidos, sin demasiados méritos para sustentar tal cosa.
Sobre Joseph P. Kennedy se ha escrito mucho, y los biógrafos de sus hijos le han dado fama de hombre frío, de ser una especie de reptil hambriento de fama que usó a sus descendientes como espejo de su narcicismo, y que cuando no le daban logros qué presumir, no le servían paran nada. Muchos señalan que no quería a sus hijos y que únicamente le servían como proveedores de trofeos.
No obstante, algunos biógrafos sí se me meten más a fondo en los sentimientos del hombre, un hombre con defectos y megalómano, pero capaz de dar grandes esfuerzos por amor a los suyos. Kennedy era el segundo en línea de su dinastía en nacer en Estados Unidos. Su abuelo llegó con lo puesto desde Irlanda, en la época de la gran hambruna y murió al poco tiempo.
Su origen llevaba incluido un defecto de nacimiento: no era un anglo protestante sino un irlandés católico, suficiente para ser discriminado en Estados Unidos. No obstante, su mente brillante y su carácter siempre dispuesto al arrojo y a buscar provecho de lo que fuera, aunque fuera ilegal, antes de llegar a los 30 ya lo habían hecho poseedor de una nada modesta fortuna. Pero esto no se quedó allí, a la vez que se reproducía ampliamente, aumentaba sus millones. Amasó una riqueza como pocos en su país y en su época. Era quizás el único norteamericano que podía hacer un cheque de diez millones de dólares sin tener que vender nada.
Una vez enriquecido, se fijó una nueva meta: la presidencia de los Estados Unidos. Comenzó por catapultarse como embajador en el Reino Unido, pero pronto demostró que como político no era igual de hábil que como empresario. Aceptó el hecho y declinó la presidencia por uno de sus hijos, cuya única preferencia radicaba en el orden de nacimiento. Su primogénito murió en la Segunda Guerra Mundial, así que inmediatamente pasó sus planes al segundo, John.
Él planeó la campaña de su hijo, planeó cómo debía vestir y qué debía decir, dónde debía presentarse y dónde colocar sus millones para que hicieran mejor efecto. Al resto de la familia la situó en posiciones estratégicas de acuerdo a sus capacidades. A la carismática y culta Jackie la puso a hablar largo y tendido, al temperamental Robert le tocó la carga de administrar la campaña, pero como no tenía la certeza de que con toda esa inversión en recursos de diversa índole bastara, también recurrió a la mafia para encumbrar a su hijo como presidente. A juicio de muchos, esto último fue lo que hizo que John ganara.
La historia recuerda en Joseph P. Kennedy  a un hombre frío y calculador que se valió de todos los medios para conseguir sus ambiciones, pero aunado a eso, que es naturalmente cierto, también hay un patriarca muy unido a su familia, que sufrió y lloró como cualquier otro padre la pérdida de sus hijos.

domingo, 11 de enero de 2015

Recoger el guante

Los atentados terroristas que sufrió Francia en días pasados deberían de ser suficientes para que Occidente se entere de una vez que a los musulmanes radicales no les gustamos, que nos quieren sumisos, sometidos a su fe o muertos y que no hay forma de negociar con ellos.
Es una gran ventaja que desde hace muchos años en Occidente se haya despertado una tolerancia religiosa gracias a las ideas de Voltaire. Porque debido a ello somos cómo queremos ser, profesamos la fe que nos vienen en gana o ninguna, y ello nunca conlleva la amenaza de enfrentar la hoguera por herejía, somos una cultura libre.
Pero tal situación no tiene por qué hacernos idiotas, tanto como para no ver el peligro que corren nuestros avances en libertad y, por supuesto, nuestras vidas. No se trata de tolerar o no al islam -allá quien decida adoptarlo como su religión, que es libre de hacerlo-, se trata de recoger el guante, se trata de entender que los islamistas radicales nos han declarado la guerra porque somos cómo somos, porque disfrutamos de la libertad y ellos vienen a repartir la esclavitud.
Es bueno que tras la segunda guerra mundial Occidente se haya olvidado de su amor por las guerras, debido a lo terrible que ésta fue, pero ahora tenemos que reconocer que al mundo libre le han declarado la guerra, y que si no nos damos por enterados, seremos vencidos.

viernes, 2 de enero de 2015

Alemania contra Estados Unidos, la guerra que nunca se dio

Quizás el título de esta entrada confunde, ya que Alemania y Estados Unidos se enfrentaron en las dos guerras mundiales con resultados a favor de los últimos.  Pero quería hacer referencia a una guerra que nunca se dio entre ellos solos, sin aliados y en igualdad de condiciones, lo cual, de haber ocurrido, es probable que habría impedido la consolidación como hiperpotencia del imperio yanqui.
La participación de Estados Unidos en las dos guerras mundiales no fue, en ninguno de los casos, un suceso devastador para este país. Es cierto que tuvieron significativas bajas, pero en general su poder destructivo no fue mermado ni puesto en peligro en absoluto. Para el imperio norteamericano ambas guerras fueron poco más que un día de campo en comparación con países europeos que tuvieron que apostarlo todo y perdieron, en muchos casos, todo.
¿Pero qué habría pasado si en esos conflictos sólo hubieran peleado contra una Alemania intacta, sin otros contendientes que vencer? Porque Alemania en la Primera Guerra Mundial ya había puesto de rodillas a Rusia y en muy serios aprietos a Francia y a Inglaterra, contando con apenas unos aliados muy débiles como Austria y Turquía. Cuando llegaron los yanquis a Europa, el poder destructivo alemán ya estaba muy mermado, no obstante, aún causaron un daño considerable en bajas a los recién llegados.
En la segunda la cosa fue similar, Alemania ya tenía a Francia de rodillas, a Inglaterra acorralada y a Rusia como a una fuera rabiosa, atrincherada pero defendiéndose. Para lograr tal proeza, Alemania tuvo que quemar la mayor parte de sus naves, sobre todo en Rusia, de manera que cuando llegaron los yanquis, el poderío alemán, el más temible de Europa, estaba en franca decadencia.
Por eso quedará siempre la duda sobre qué habría pasado con Estados Unidos de tener que enfrentarse a una Alemania intacta, con su gran capacidad de producción, de innovación en armamento y con esa disciplina prusiana que es tan ajena en el resto del mundo.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Los bastardos en la historia


Hoy en día la puesta en duda de una paternidad se resuelve con un examen de ADN, con juicio de por medio si se requiere, pero la duda se aclara y cada cosa va a su lugar, cada hijo con su padre, aunque sea sólo legalmente, sin el menor afecto, porque querer a un hijo es sólo una obligación moral, mas no legal.
En tiempos pasados, al no existir la posibilidad de comparar el ADN, salir de dudas era imposible. Un rumor, por malintencionado que fuera, podía desgraciar a una pareja y a un feliz chiquillo que llevaría el estigma de bastardo pegado a él toda su vida.
Inventar la bastardia de alguien muchas veces era un asunto político. Sobre todo cuando el presunto bastardo podía llegar a ser rey. Una vez corrido el chisme nada lo llevaba para atrás de nuevo y eso lo sabían muy bien los intrigadores. Era un arma poderosa, muy destructiva y que se usaba muy a menudo.
Regresándonos en la historia encontramos casos tristes e interesantes. Quién no ha leído algo sobre Juana de Castilla, hija del rey Enrique IV, de quien inventaron, los políticos y la jerarquía de la Iglesia, que era hija de Beltrán de la Cueva, y toda su triste vida fue conocida como Juana la Beltraneja. El invento tuvo frutos. No sólo el de que sus enemigos llamaran al rey maricón, sino el de que Isabel, la mismísima Católica, llegó al trono de su reino porque los chismosos le quitaron de en medio a la Beltraneja.
Otro caso interesante es el del zar Pablo I de Rusia, hijo de Catalina la Grande y su esposo Pedro III. La zarina era de moral muy relajada. Si le creemos a los historiadores, le gustaban los hombres fuertes, grandes de abajo y medio salvajes. Le fue infiel a su marido porque nunca se amaron, porque era muy feo y porque, al principio de su matrimonio, era impotente. Buena parte de la nobleza rusa sugirió siempre que el zar Pablo no era hijo de Pedro III. La propia Catalina también lo sugirió en sus memorias. Tan poderosa llegó a ser que poco le importó dejar entrever esa verdad.
Napoleón III fue otro bastardo de los grandes. Las infidelidades por ambos lados entre Hortensia, la hija de la emperatriz Josefina, y Luis Bonaparte, el hermano de Napoleón, fueron más que divulgadas. Napoleón III vivió toda su vida soportando que los demás miembros de la familia lo acusaran de ser bastardo. Por supuesto que eso no lo desanimó en su propósito de llegar a ser emperador.
En el caso de Francisco de Paula de Borbón existen retratos que les dan a los rumores tintes de verdad. Oficialmente fue hijo del rey Carlos IV de España y de su esposa María Luisa de Parma. Pero la reina tenía su favorito, Manuel Godoy. El parecido entre el infante y el oportunista, si a los pintores no se les movió la brocha, es enorme. Casi idénticos, como padre e hijo.
Pero Francisco de Paula, oficialmente, era todo un Borbón, y como tal vivió siempre. Fue padre del rey consorte de Isabel II, Francisco de Asís de Borbón. Estos reyes, se supone, procrearon a Alfonso XII, pero se cuenta que alguna vez Isabel le dijo a su hijo: “Sólo eres Borbón por mí”. Quizás confesó con eso su infidelidad, como sugieren todos, o quizás sabía que por el lado de su padre su hijo no era Borbón…, era Godoy.