Entradas Héroes solitarios

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Reseñas de novelas de héroes solitarios

martes, 19 de junio de 2012

La historia, esa novela mal escrita


Los libros de historia algunas veces nos proporcionan imprescindibles obras literarias, y a veces también nos proporcionan alguna verdad, pero no siempre. La historia muchas veces es alterada con fines de Estado, ultrajada y vuelta a escribir. Personajes que murieron hace siglos son enaltecidos o injuriados, según las conveniencias de los vivos.
Es tanta la ignorancia, o el conformismo, que reina en el mundo, que alterar la historia es cosa bien sencilla. Muchos creen, por ejemplo, que John F. Kennedy y Abraham Lincoln fueron excelentes presidentes de los Estados Unidos, que León Trotski fue una figura secundaría en la consolidación de la URSS y que la miseria de Latinoamérica es por culpa de la colonización española.
Y así hay más, muchas más mentiras, algunas que nos gusta creer. A los nacionalistas más fanáticos no les interesa la historia de su país si no los llena de orgullo patrio. Prefieren cambiarla, por absurda que se vea, y vivir en la mentira que, al parecer, también atrae la felicidad, a veces más que la verdad.
Los héroes siempre han sido necesarios. Pero no para lo que muchos creen. Hay quien dice que un héroe es necesario para mantener a un país unido, y que si no los hay, es necesario hacerlos. Eso es falso. Los héroes en nada alteran la vida del ciudadano normal, que sólo busca un buen trabajo y vivir en paz, con las necesarias recreaciones. Los héroes únicamente sirven a los políticos para fines demasiado egoístas.
Los políticos tienen la extraña idea de que una sociedad no amará a su país si ellos no la obligan a hacerlo, por métodos pacíficos y no tanto, y para ello se atreven a manipular todo lo que sea manipulable. Alterar la historia, por decreto, es un acontecimiento tan demasiado común, en cualquier lugar del mundo, que no es un atrevimiento decir que ésta, la historia, es una novela, a veces con deficiente calidad literaria y muy mal escrita, pero novela al fin. Y cómo no sospechar que lo sea si en las novelas, a fin de cuentas, es donde mejor se dan los héroes.
A veces esas mentiras que se inventan políticos o historiadores con fines políticos con la intención de quitar hombres de un lugar donde sí estuvieron, de hacer batallas chicas muy grandes y de cobardes muy valientes, son cosas bien sencillas de refutar, pero  pocos quieren hacerlo porque la verdad, desgraciadamente, casi a nadie le gusta debido a que desnuda, y muy pocos tienen el valor de dejar ver sus miserias. Es mejor para muchos la mentira, porque ésta sirve para que nos vean como realmente no somos, que es como nos gusta más ser vistos.

jueves, 14 de junio de 2012

Crisis y fanatismo: pólvora y fósforos


Sería ideal que cuando un país entra en crisis, sus habitantes, haciendo uso de su capacidad de razonar, trataran de enmendar sus errores, de ver la mejor salida posible, en fin, de tapar el hoyo sin necesidad de hacerlo más profundo. Pero la mente humana no llega a tanto. Nada más hay una crisis y la sociedad enseña lo peor de sí.
Hoy en día Grecia es noticia por sus neonazis, cuando el país, si es que es tal, anda patas para arriba, pero ni así deja de meterlas. Lo peor es que quizás muchas personas asociaban el nombre de Grecia a la cultura, la civilización, los cimientos del pensamiento moderno, arte y demás cosas valiosas que pareciera que los griegos de hoy no conocen, y ellos mismos se están encargando de destaparle los ojos al mundo. Grecia es hoy uno de los países más corruptos que existen, con perdón de México, y de su grandeza cultural sólo queda algo que salta a la vista: ruinas.
Una vez que la población de un país toma una forma de ser, por así decirlo, es casi imposible hacerla cambiar. Revisando libros escritos hace un par de siglos, me he dado cuenta de que ya se describía al griego como perezoso, moralmente degradado e incorregible. Y según se ve no ha cambiado.
Lo peor y más ridículo de todo es que un país que está necesitando de toda Europa para que le paguen sus propios errores se dé el lujo de tener políticos que exhiben abiertamente una postura nacionalsocialista. Eso ya es el colmo del cinismo. Y si hay algo todavía más insólito es el hecho de que aun así los países más prósperos de la Eurozona salvarán, si pueden, a Grecia de Grecia, es decir, de su deseo de ir a la ruina. Vaya cosa. 

miércoles, 6 de junio de 2012

Mein Kampf y la sustitución de la Biblia


Cuando Hitler publicó su aborrecible manual del racismo, de la intolerancia y la arbitrariedad, sus seguidores, los nazis, lo vieron pronto como una especie de Biblia para las futuras generaciones alemanas. Promocionaron el libro cuanto les fue posible, mintieron -cosa que les salía muy bien, dicho sea de paso- sobre el número de ejemplares vendidos durante los primeros años en que apareció, pero ni así obtuvieron los resultados deseados: que un ejemplar de Mein Kampf  figurara en cada hogar alemán.
Cuando por fin Hitler se hizo con el poder, se les presentó la oportunidad de cumplir sus objetivos, es decir, sustituir la Biblia por su indeseable panfleto. Para ello contaban con algo que antes no: el dinero de las arcas públicas.
La idea que se les ocurrió fue bastante acertada. Las parejas, las que duran, conservan con afecto los regalos que reciben el día de su boda. Los hijos conservan con más afecto los objetos que pertenecieron a sus padres. Y los nietos depositan a veces más afecto aún en aquello que fue de sus abuelos. Los nazis decidieron regalar el libro que había escrito su desequilibrado mesías, pero no en momentos sin importancia ni al azar, porque en esos casos el que lo recibía podría perderlo, no cuidarlo o no leerlo, en cambio, si el regalo era el día en que una pareja contraía nupcias, el libro pasaría a ser un símbolo de su unión.
Durante el Tercer Reich, cuando los nazis contaban con el dinero para hacer todas las locuras que se les ocurrían a sus enfermas mentes, regalaron millones de ejemplares del libro a las parejas arias que se casaban. Era una excelente forma de inyectar su torcida ideología en la población alemana y no escatimaron en recursos para conseguirlo. 
Pero éste sólo es uno de los lamentables casos en que el pueblo lee lo que el Estado quiere que lea. Porque a los políticos muchas veces les da por creerse moralmente perfectos y con autoridad  para decir qué tipo de literatura pueden y deben y tienen que consumir sus gobernados. El Estado es lamentablemente una fuente de poder a veces inagotable, y cuando está conformado por enfermos mentales les da a éstos por hacer cosas verdaderamente absurdas e inexplicables para una persona de bien. 

domingo, 3 de junio de 2012

El francés en tiempos de las monarquías


Actualmente el francés sigue siendo un idioma muy popular. Sin embargo, ni de broma puede compararse su situación actual con la que tenía hasta antes de la Primera Guerra Mundial, cuando era el idioma más importante del mundo.
Hubo una época, cuando este mundo era de los reyes, en que el francés tenía que hablarlo cualquier hijo bien nacido, o que cuando menos eso aparentara. Los miembros de las familias reales de cualquier país, llámese Inglaterra, Rusia, el Sacro Imperio, Suecia, etc, tenían que hablar el francés tan bien, e incluso mejor, que su lengua materna.
Los nobles no eran la excepción, al igual que sus superiores los reyes, debían de dominar el francés desde muy temprana edad, con fluidez, con buen acento y bien escrito, nada de en abonos y señas. Los burgueses, por lo tanto, sabiendo que para poder progresar tenían que llevar buenas relaciones con la nobleza, y que para tal efecto un buen dominio del francés siempre serviría,  se esmeraban en ser francoparlantes.
Los escritores de cualquier país, anteponiendo siempre a sus colegas franceses por encima de los del resto del mundo, también se esmeraban por dominar el francés mejor que su lengua materna. Algunos abandonaban ésta para escribir en francés. Sabían que así serían más leídos. Los libros que originalmente se escribían en francés, muchas veces eran exportados sin necesidad de traducirse, porque estaban destinados sólo a la gente culta, la que dominaba el idioma.
Cuando el mariscal Bernadotte, francés de nacimiento y militar a las órdenes de Napoleón, fue coronado como rey de Suecia, jamás, a pesar de que su reinado fue largo, pudo aprender el sueco. No le hizo falta, cierto, porque como rey que era sólo hablaba con la nobleza, y toda ésta dominaba a la perfección el francés.
Muchos franceses sin titulo ni renombre alguno, que podían procurarse una modesta cultura, emigraban a otros países con la intención de ser contratados por nobles familias para que les educaran a sus hijos. Era muy común y una especie de moda que un niño noble tuviera un preceptor francés, entre otras cosas, para que aprendiera el idioma con  el acento deseado.
Esta situación no cambió en nada con la Revolución francesa; en tiempos de los napoleones el idioma continuó siendo el preferido de la aristocracia europea, aunque de ellos, los napoleones, el primero hablaba mejor el corso y el segundo y el tercero el alemán.
Pero todo, o casi todo, tiene un final. En un país muy alejado de Francia, en el norte de América, algunos hijos de nadie, cuando no de vecino, a fuerza de sesos y de trabajo se hicieron ricos, muchos y mucho, y su idioma, el inglés, pronto se fue imponiendo en el mundo, y no sólo a la nobleza, también a la clase media le fue dando por aprenderlo. Y el francés, como alguna vez el griego, fue quedando relegado, no sin antes dejar honda huella en el mundo.