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viernes, 28 de septiembre de 2012

Jacqueline Kennedy y el arte de ser Primera Dama


Puede decirse que Jackie Kennedy inventó, como lo conocemos hoy, el oficio de Primera Dama. Antes de ella las esposas de presidentes se limitaban a hacer labores de caridad, organizar banquetes y sonreír al fotógrafo, eso cuando los presidentes les daban un poco de libertad, cuando no las tenían guardadas como piezas antiguas.
Jackie definitivamente no pretendía ser un objeto de adorno en la Casa Blanca. Le gustaba, más que nada en la vida, protagonizar, y usó su condición para que el mundo la viera luciendo su elegancia y su porte aristocrático, que la había acompañado desde la infancia.
Nació dentro del matrimonio formado por el galán de sociedad John Bouvier y su descomunalmente ambiciosa esposa Janet Norton, en Nueva York, el 28 de julio de 1929. Cuando era niña sus padres se divorciaron. Su padre no era rico y en cambio sí muy infiel, y eso su madre no lo pudo soportar.
Janet pronto volvió a casarse con un hombre rico, como a ella le gustaban, Hugo D. Auchincloss, quien se ocupó de la educación de Jackie y de su hermana menor, Lee. A pesar de haber sido en la niñez un poco rebelde, su madre logró domar a la futura Primera y Dama, al grado de que la transformó en una autentica princesa sin titulo.
Siendo muy joven se comprometió con un hombre de buena posición económica, pero no a la altura de sus ambiciones. Su madre las había educado a ella y a su hermana menor para que tuvieran el tacto de conseguirse no un marido rico, sino uno muy rico. Cuando conoció al senador John F. Kennedy,  hijo de uno de los hombres más ricos de Estados Unidos, inmediatamente buscó la manera de ir apartando a su prometido. Evidentemente quería romper su compromiso, pero no de la manera más drástica.
Finalmente se casó con Kennedy el 12 de septiembre de 1952, en una ceremonia que impresionó a la alta sociedad de la época. El matrimonio tuvo problemas desde el principio. John quería una esposa como el complemento de cualquier político con buena reputación, pero no una compañera para practicar la fidelidad. A las infidelidades de Kennedy se sumaron los problemas de Jackie para parir. No era precisamente una mujer hecha para llevar embarazos normales y tener partos sin complicaciones. Pero aun poniendo en riesgo su vida le dio a su esposo dos hijos que fueron el blanco ideal de los fotógrafos mientras vivieron en la Casa Blanca.
Jackie fue crucial para que su esposo llegara a ser presidente. Era políglota, dominaba el francés, el italiano y el español, idiomas que utilizó para acarrear el voto de las minorías, más grande que todas la hispana, ya de por sí siempre fiel al Partido Demócrata. La campaña de Kennedy para llegar a la presidencia se sostuvo en dos pilares: el carisma de su esposa y el dinero de su padre. Es difícil decir qué fue lo más efectivo, pero lo cierto es que ambos le fueron indispensables para conseguir su objetivo.
Ya como Primera Dama, Jackie se enfocó de manera desenfrenada en su narcisismo. Gastaba como magnate árabe, y era bien sabido que los Kennedy, aunque muy ricos, eran también sobradamente tacaños. Pero su adicción a gastar era una pequeña concesión que el Presidente tenía que hacer para que ella hiciera como que no se daba cuenta de sus infidelidades.
El matrimonio funcionaba, en el aspecto propagandístico, a las mil maravillas, con los carismáticos niños siempre en el ojo de los periodistas como complemento de una perfecta familia norteamericana. Pero de pronto toda esa etapa de su vida acabó. El 22 de noviembre de 1963, en la ciudad Dallas, Texas, Kennedy fue víctima de la buena puntería de un comunista algo desquiciado y manipulable.
Jackie se vio de pronto desamparada y con la urgencia de sacar sus cosas de la Casa Blanca para que fuera ocupada por un nuevo inquilino. Sabía que no volvería jamás a  vivir en aquel lugar donde había sido algo muy similar a una reina. Pero aún tuvo el buen tino de enviarle una carta al líder soviético Nikita Jrushchov para asegurarle buenas relaciones al sucesor de su esposo.
Después venía lo peor: empezar de nuevo. Y sólo podía hacerlo de una manera, la misma que le había enseñado su madre: conseguirse un marido rico, muy rico, aunque no fuera físicamente un príncipe de cuento de hadas. El elegido fue un griego con mala reputación, feo y mucho mayor que ella, pero eso sí, muy rico. Aristóteles Onassis le dio la estabilidad económica que tanto anhelaba. Aunque como buen griego machista y dominante, le llegó a dar algunas palizas, pero la compensó muriéndose siete años después de la boda y dejándole una cuantiosa fortuna. 
La ex Primera Dama murió a los 64 años, aún bella y elegante, pero habiendo dejado sus asuntos en orden: a su hija casada con un hombre rico, de acuerdo a la tradición familiar, y a su hijo, John Jr, con una prominente carrera política por delante que prometía la Casa Blanca en un futuro no muy lejano, pero una muerte temprana le impidió cumplir los sueños de su madre.
El legado de Jackie Kennedy ha trascendido a lo largo de los años. Hace medio siglo que fue Primera Dama de los Estados Unidos, pero aún hoy las esposas de los presidentes de todo el mundo que se ven a sí mismas jóvenes y bellas tratan de parecerse a ella, a la legendaria Jackie.

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