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Reseñas de novelas de héroes solitarios

martes, 18 de febrero de 2014

El emperador Francisco quería a su nieto, Napoleón II

Alrededor de Napoleón II, el malogrado hijo del más brillante militar de la historia, existen muchas leyendas, quizás creadas con el propósito de suplir lo que la muerte le impidió hacer.
Se ha rumorado que embarazó a la archiduquesa Sofía, la esposa de su tío, y que de allí nació Maximiliano I de México, también que fue un prisionero del gobierno austriaco, de algún modo para vengarse de su padre e impedirle que gobernara Francia, y, finalmente, que no murió de tuberculosis sino envenenado por el príncipe Metternich.
Leyendo las biografías del duque de Reichstadt, titulo que ostentó en Austria Napoleón II, se puede apreciar una historia muy diferente a la que se le atribuye como supuesto mártir. Fue, de alguna manera, el consentido de su abuelo, el viejo y el niño se quisieron desde siempre. Francisco incluso no veía con malos ojos la posibilidad de que su nieto, a quien educó a su lado, fuera emperador de Francia. ¿Qué mejor aliado que un pariente cercano?
Una buena prueba de ese afecto es la esmerada educación que recibió el duque: la misma que recibían los archiduques, le llenaron la cabeza de conocimientos e idiomas. Aunque él siempre se lamentó de que su educación fue un fracaso debido a la soledad con que vivió ese proceso.
Cuando unos bonapartistas fueron a Austria a pedirle al emperador que les permitiera llevar a su nieto a Francia para que ocupara el trono de su padre, Francisco no lo permitió porque el país estaba muy agitado, en un proceso de cambio de gobierno muy turbulento, y no quería que su nieto llegara como un usurpador al que bien podían fusilar sin contemplaciones.
Cuando Reichstadt enfermó, guardó cama varias temporadas por órdenes expresas de su abuelo. El viejo emperador incluso le ocultó todo cuanto pudo sobre los hijos que su madre ya tenía en Parma, y cuando se lo reveló, se cuidó muy bien de no decirle que los había parido en una época en que aún vivía Napoleón I.
Cuando después de una larga convalecencia Reichstadt murió, Francisco sufrió mucho por la perdida de su nieto favorito, al que lo había unido un sentimiento afectivo muy grande a pesar de que era el hijo de su más odiado enemigo.